EL BUDA DE SANTA MADRONA
Text presentat al Concurs Històries de Barcelona (concurs literari organitzat per Bdebarna i Transversal Web en el marc de l'Any del Llibre i la Lectura 2005)
Último día del mes de julio del 2001.
Mientras las gentes de Barcelona esperaban en candeletas lanzarse a la vorágine vacacional, José, un cincuentón, escuálido, calvorota, tatuado por el alcohol y una existencia mísera dormía su última curda escondido entre cartones y sobre una plancha de espuma amarilla en una de las habitaciones de un edificio abandonado en la calle Santa Madrona, 32.
Dos pisos más arriba, entre el arrullo de una asamblea colombófila y el movimiento de roedores, Ahmed y Toni, dormitan. Uno, sobre un colchón roñoso y ajado. El otro, en una tumbona a punto de quebrarse. Son dos chicos de trece o catorce años, huérfanos por abandono, que malviven entre el hurto y las “chapas” y se evaden de lo de aquí, buscando paraísos en el más allá, esnifando colas y pegamentos.
Los chavales acceden al inmueble cuando y como pueden, escalando por el bajante de aguas residuales que decora el patio de luces de la finca. Unos rulos de cerámica mohosa que son un acceso al filo de lo imposible. Un riesgo necesario, pues las puertas y ventanas del edificio se tapiaron hasta la segunda planta para evitar las estancias de colectivos no deseados. Parece que ha corrido ya la voz de que van a derribarlo y desde hace días en este refugio mugriento hay habitaciones libres.
José y los muchachos son despertados por sorpresa por un agente de la policía nacional al que sigue su compañero y unas cuantas personas más. Son los técnicos que se van a encargar del derribo y de rehacer, en el solar que quede, un hotel turísticamente rentable o unos apartamentos de alto standing.
José, que no se aguanta derecho, sale tambaleándose y cae en redondo a los pies de uno de esos árboles raquíticos que ilustran la avenida del Paralelo. Los muchachos, que pretendían salir por su salida imposible, son increpados por el policía, ahora con el uniforme sucio de polvo, a pasar por un boquete que la maceta diestra de un paleta que le acompaña, acaba de abrir en el muro tapiado. Al llegar a la calle y a pesar de la mirada indolente de una policía que fuma desganadamente un pitillo, huyen pies en polvorosa.
Algunos de los técnicos han conseguido subir al terrado, tras pasar por una selva de cachivaches trinchados que rellenan la escalera del inmueble. El sol mañanero repica en la repisa de la baranda donde se han apoyado a relatar la historia de esta casa; construida entre 1847 y 1849 por el tendero Felipe Isbert Piera cerca de la muralla que rodeaba la ciudad, sabedor que era un buen negocio, pues se olía en el ambiente que pronto esta seria derribada.
Los beneficios de la casa en forma de alquileres fueron para su hija que felizmente casada fue haciéndose un rinconcito.Y así, la casa, los inquilinos y los ahorros, pasaron de madre a hija solterona y de esta a un sobrino vividor que acabo hipotecándola para pagar unas deudas que el banco entendió eternas pues se quedó con el edificio. Fue su acta de defunción, sin inquilinos quedo abandonado cual pecio en medio del océano urbano y abierto a náufragos desesperados. Explicada la biografía del edificio, los técnicos abandonan la cubierta por insolación y con las caras sudorosas. Una nueva bajada por la selva de mugre que colapsa las escaleras. Uno de ellos entra en el piso donde los chicos dormían. Accede a lo que debía ser la cocina y en el alfeizar de una ventana que mira al patio de luces encuentra una de esas figuras de yeso decoloradas por vejez. Es un buda, sonriente y barrigudo que consciente de que bien poca prosperidad le queda por dar, abandona, por un golpe de viento, aquel hogar por el único agujero libre que quedaba. Caída libre y mil añicos. Los del derribo recogerán sus restos.
Text a: http://www.bdebarna.net/v1/mapa.php?historia=582&mapa_id=50
1 Comments:
Soy Felipe Isbert, rebiznieto de Felipe Isbert Piera, quien por cierto no era tendero...
Ni a su muerte heredó la casa su hija, sino su primogénito, abuelo de mi padre, que tampoco fue un vividor.
Si escribe Ud. poniendo nombres y apellidos, no fantasee y distorsione la realidad. Y menos teniendo datos del Registro de la Propiedad, que obviamente ha consultado previamente.
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